martes, 26 de octubre de 2010

LOS FRUTOS DE LA HIGUERA: HIGOS BREVAS Y MACOCAS

           
            La higuera es un árbol frutal el cual da dos frutos: la breva y el higo. Yo considero a las brevas como el primer fruto que dan algunas variedades de higueras, es decir, como unos higos adelantados. Su aprovechamiento es total, tanto en su periodo de maduración como posteriormente, no requiriendo para su conservación refrigeración artificial, sino su secado natural. Tanto las brevas como los higos tienen las mismas propiedades y características alimenticias y lo único que les diferencia de maduros a secos (deshidratados), es la cantidad de agua. Estos frutos de alto contenido en azúcares (hidratos de carbono) y fibra, han constituido en épocas no muy lejanas, un alimento básico en la dieta mediterránea, muy apropiado para suministrar al cuerpo la energía necesaria en el desempeño del esfuerzo físico requerido para las labores y el trabajo cotidiano, siendo un buen regulador intestinal que evita el estreñimiento.
            Las brevas y los primeros higos, por lo general, se consumen en fresco, cuando empiezan a rayarse. Los que no se cogen se dejan en el árbol, hasta que alcanzan la plena madurez y empiezan a secarse, momento en el que se recolectan y se colocan extendidos al sol, para que terminen de deshidratarse, con lo que adquieren textura arrugada y pierden más de la mitad de su peso. Aunque las enciclopedias definen como “macoca” a una variedad de breva que se cría en la región de Murcia, aquí entendemos por “macoca” a la breva ya seca. En el argot popular también se emplea el dicho de “estas macoco ó macoca”, aplicado a las personas de pronunciada delgadez y piel arrugada, por similitud con la breva seca.
            Tanto las macocas como los higos secos, se solían guardar colocados en cajas de madera o cestos de esparto, debidamente espolvoreados con harina de trigo, cebada o centeno, con granos de hinojo, debidamente compactados y almacenados en algún lugar de la casa fresco y seco. Con las macocas y los higos grandes se hacían las “jareas”, partiéndolos por la mitad, en sentido longitudinal, introduciéndole en su interior granos de hinojo o anís. Se juntaban las dos mitades y se guardaban de igual manera. Se solían consumir en el invierno, cuando no abundan las frutas frescas del verano. Los excedentes que no se reservaban para el consumo humano y los que se desprendían del árbol, picados por la mosca de los frutales, se destinaban para alimento de los cerdos, e incluso, cortados a pedazos, para las aves de corral; gallinas y pavos.
            La forma más tradicional y generalizada de elaborar esa añorada confitura, de origen árabe, llamada arrope, es con el mosto de la uva, antes de que comience la fermentación etílica (obtención del vino), poniéndola a cocer, juntamente con trozos de calabaza, melón, membrillo, manzana u otras frutas (previamente puestas a remojo en agua de cal), hasta que el caldo alcanza casi la consistencia del punto de hebra del almíbar. Si se elabora en su punto correcto su conservación no requiere refrigeración alguna, de lo contrario puede empezar a agriarse. También existe otro medio para elaborar el arrope, partiendo de higos y macocas. Se ponen a remojo y cuando se blandean se cuecen hasta que el higo desprende todo su jugo. Después se cuela y se separa el caldo de la pulpa. Este caldo se pone a cocer y se sigue el mismo procedimiento descrito para el mosto de la uva. Personalmente he hecho arrope de higos y está igual de bueno que el de mosto, aunque con su sabor característico.
            La higuera, árbol que requiere un mínimo laboreo agrícola, ha sido de gran utilidad alimenticia en nuestra dieta mediterránea y en el sistema autárquico de la economía doméstica. La abundancia de las higueras en nuestra villa, hasta el pasado más reciente, era notoria. En algunas disposiciones concejiles del siglo XVI, consta la prohibición de que el ganado sesteara en las higueras durante el estío, porque causaban gran perjuicio a estos árboles, dado que se comían sus frutos y el ganado caprino incluso las hojas. El cultivo de la higuera está en decadencia, dado que sus frutos han dejado de tener esa utilidad estratégica en la economía familiar propia de la autarquía. En la medicina popular, la leche cocida con higos o macocas ha sido un buen paliativo para curar la tos y otras afecciones de la garganta, hasta la aplicación de los fármacos de laboratorio. Las brevas, en fresco, todavía alcanzan buenos precios en las tiendas y mercados, aunque mucho menor en origen, siendo ésta una de las razones por lo que todavía se cultivan en algunos lugares.
            En los países poco desarrollados del Norte de África, de Arabia y del Oriente próximo, la higuera y la palmera siguen siendo de gran utilidad, por la facilidad de conservación de sus frutos y porque con dos higos, algunos dátiles y un litro de agua, una persona puede cubrir sus necesidades mínimas de subsistencia en una jornada, sin sufrir ninguna molestia en su tracto intestinal. Cualquier apología del pasado evidencia la añoranza de nuestra juventud, no porque se viviera mejor, sino porque se gozaba de mayor vitalidad y menos años. La juventud se lleva en el alma, pero el pasado cabalga inexorablemente sobre nuestras espaldas. Y dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando veis brotar la higuera sabéis que se acerca la primavera…” En Abanilla, cuando brota la higuera, se acerca La Pasión que institucionalizó la Cruz, como nuestra enseña festera, cuya fiesta precede de inmediato.

María Ángeles Martínez Riquelme
Publicado en la revista cultural Musá Ben Nusayr, de 2004            

No hay comentarios:

Publicar un comentario